Mi vida con César
Este texto no es de mis favoritos, pero ya se me va acabando el repertorio, así que aquí va. (en unos 1500 años escribo otro! :P )
Mi vida con César
César y yo vivimos juntos durante casi diez años. No me imagino la vida sin él, siento que ha estado a mi lado desde siempre.
Al principio era muy dulce y siempre me hacía reír. Hasta que un día, a menos de un año de convivencia, sucedió la primera agresión; no fue muy fuerte, pero me dolió y, casi sin pensarlo, le devolví el golpe. Él se quedó mirándome descolocado, evidentemente, no se imaginaba que era capaz de defenderme. Pero, ante mis respuestas, se encolerizaba más y todo se salía de control. Así que no le di demasiada importancia al asunto y opté por ignorar sus ataques de violencia, porque eran parte de él, era su esencia, y yo sabía que nunca sería capaz de hacerme daño realmente.
Todos quienes lo conocían lo encontraban encantador, pero Inés, mi única amiga, sabía de su temperamento y alguna vez se sinceró: "Vos y tu César... no sé cómo lo aguantás..." Es que nunca pudo entenderlo, sé que siempre me consideró una estúpida por quererlo así. Nunca comprendió cuánto necesitaba su compañía; y es que, cuando no estaba enojado, podía ser tan dulce como en los primeros tiempos, despertarme a la mañana con una canción, hacerme reír... y yo estaba tan sola...
Yo lo aceptaba como era. Y tal vez fue por eso que siempre le perdoné todo: porque él era el único que me aceptaba tal cual soy. ¿Por qué la violencia? Nunca lo entendí, él era muy difícil de comprender, se me hacía imposible entrar en su mente y leer sus pensamientos. Cómo me hubiera gustado poder hacerlo, especialmente cuando, por cualquier pequeñez, montaba en cólera y comenzaba a atacarme. Pero los momentos de afecto y alegría me hacían olvidar sus tontas agresiones.
Cuando enfermó sentí que mi alma se estrujaba. Lentamente, había ido perdiendo su carácter, y siempre estaba cansado y sin apetito. Pasó poco tiempo antes de que supiera de su enfermedad. Él nunca supo lo grave que era, pero el doctor Valman me había dicho la verdad, aún recuerdo sus palabras No hay forma de saber si el tratamiento va a funcionar, hay que esperar; le hablé de internarlo, pero me respondió que no haría diferencia.
Una noche, César estaba especialmente mal. Temerosa de lo peor, llamé a Valman: Si mañana sigue igual, lo llevamos a la clínica, me respondió. Pero el tono de su voz no hizo sino intranquilizarme aún más.
Intentando disimular mi angustia, entré al cuarto de César, pero lo hallé profundamente dormido. Me descubrí llorando: "César, no me hagas ésto, te necesito, no me dejes" murmuraba para mis adentros. "Te quiero, César" y las lágrimas corrían por mi rostro.
Siempre supe que, posiblemente, la diferencia de edad lo haría partir antes que yo, pero no estaba lista para ésto, aún no, no resistía la idea de perderlo.
Me llevé una reposera a su habitación, y me recosté sin hacer ruido.
Finalmente, el sueño me venció. Desperté como tres o cuatro horas más tarde. El cuarto estaba en penumbras. Yo estaba de espaldas a él. Intenté darme vuelta: no me atrevía; tenía terror de ver sus brillantes ojos negros cerrados para siempre.
Me revolvía en la reposera, sin hallar el valor para mirarlo. Pero él vio mis movimientos, se dio cuenta de que estaba despierta.... y me dedicó su canción, la misma que me había cantado por casi diez años. Me di vuelta en un segundo: "¿César?... ¡César!¡Estás bien!" Fui hasta el comedor y llamé al doctor Valman: "Hola doctor, soy yo, la dueña de Ave César, el tortolito; está despierto... ¡y cantando!" "Ah, entonces era una infección" me respondió, "Si ya está contento, no se preocupe, se va a recuperar del todo".
Mientras hablaba con Valman, Ave César se había acercado con su cola desplegada en abanico y, dejando caer las alas, le hacía su gracioso bailecito a mis pies, intentando seducirme. Como siempre, me hizo reír. Luego voló a mi falda y se dispuso a seguir durmiendo."Ah, no señor, no se acomode que yo me voy a la cama"; pero, cuando intenté agarrarlo para llevarlo al lavadero (su cuarto privado) la emprendió a aletazo limpio, tratando de liberarse, de imponer su voluntad "¡Ay, César!¡Me dolió! ¿Tenés que enloquecerte así? Te vas a lastimar ¡Basta! A dormir".
Mientras pataleaba impotente entre mis manos, le di un beso en su cabecita azul, y me alegré de poder contar con su afecto incondicional por un tiempo más, por tener quién me haga reír, quién me dedique una canción en las mañanas.
Mi vida con César
César y yo vivimos juntos durante casi diez años. No me imagino la vida sin él, siento que ha estado a mi lado desde siempre.
Al principio era muy dulce y siempre me hacía reír. Hasta que un día, a menos de un año de convivencia, sucedió la primera agresión; no fue muy fuerte, pero me dolió y, casi sin pensarlo, le devolví el golpe. Él se quedó mirándome descolocado, evidentemente, no se imaginaba que era capaz de defenderme. Pero, ante mis respuestas, se encolerizaba más y todo se salía de control. Así que no le di demasiada importancia al asunto y opté por ignorar sus ataques de violencia, porque eran parte de él, era su esencia, y yo sabía que nunca sería capaz de hacerme daño realmente.
Todos quienes lo conocían lo encontraban encantador, pero Inés, mi única amiga, sabía de su temperamento y alguna vez se sinceró: "Vos y tu César... no sé cómo lo aguantás..." Es que nunca pudo entenderlo, sé que siempre me consideró una estúpida por quererlo así. Nunca comprendió cuánto necesitaba su compañía; y es que, cuando no estaba enojado, podía ser tan dulce como en los primeros tiempos, despertarme a la mañana con una canción, hacerme reír... y yo estaba tan sola...
Yo lo aceptaba como era. Y tal vez fue por eso que siempre le perdoné todo: porque él era el único que me aceptaba tal cual soy. ¿Por qué la violencia? Nunca lo entendí, él era muy difícil de comprender, se me hacía imposible entrar en su mente y leer sus pensamientos. Cómo me hubiera gustado poder hacerlo, especialmente cuando, por cualquier pequeñez, montaba en cólera y comenzaba a atacarme. Pero los momentos de afecto y alegría me hacían olvidar sus tontas agresiones.
Cuando enfermó sentí que mi alma se estrujaba. Lentamente, había ido perdiendo su carácter, y siempre estaba cansado y sin apetito. Pasó poco tiempo antes de que supiera de su enfermedad. Él nunca supo lo grave que era, pero el doctor Valman me había dicho la verdad, aún recuerdo sus palabras No hay forma de saber si el tratamiento va a funcionar, hay que esperar; le hablé de internarlo, pero me respondió que no haría diferencia.
Una noche, César estaba especialmente mal. Temerosa de lo peor, llamé a Valman: Si mañana sigue igual, lo llevamos a la clínica, me respondió. Pero el tono de su voz no hizo sino intranquilizarme aún más.
Intentando disimular mi angustia, entré al cuarto de César, pero lo hallé profundamente dormido. Me descubrí llorando: "César, no me hagas ésto, te necesito, no me dejes" murmuraba para mis adentros. "Te quiero, César" y las lágrimas corrían por mi rostro.
Siempre supe que, posiblemente, la diferencia de edad lo haría partir antes que yo, pero no estaba lista para ésto, aún no, no resistía la idea de perderlo.
Me llevé una reposera a su habitación, y me recosté sin hacer ruido.
Finalmente, el sueño me venció. Desperté como tres o cuatro horas más tarde. El cuarto estaba en penumbras. Yo estaba de espaldas a él. Intenté darme vuelta: no me atrevía; tenía terror de ver sus brillantes ojos negros cerrados para siempre.
Me revolvía en la reposera, sin hallar el valor para mirarlo. Pero él vio mis movimientos, se dio cuenta de que estaba despierta.... y me dedicó su canción, la misma que me había cantado por casi diez años. Me di vuelta en un segundo: "¿César?... ¡César!¡Estás bien!" Fui hasta el comedor y llamé al doctor Valman: "Hola doctor, soy yo, la dueña de Ave César, el tortolito; está despierto... ¡y cantando!" "Ah, entonces era una infección" me respondió, "Si ya está contento, no se preocupe, se va a recuperar del todo".
Mientras hablaba con Valman, Ave César se había acercado con su cola desplegada en abanico y, dejando caer las alas, le hacía su gracioso bailecito a mis pies, intentando seducirme. Como siempre, me hizo reír. Luego voló a mi falda y se dispuso a seguir durmiendo."Ah, no señor, no se acomode que yo me voy a la cama"; pero, cuando intenté agarrarlo para llevarlo al lavadero (su cuarto privado) la emprendió a aletazo limpio, tratando de liberarse, de imponer su voluntad "¡Ay, César!¡Me dolió! ¿Tenés que enloquecerte así? Te vas a lastimar ¡Basta! A dormir".
Mientras pataleaba impotente entre mis manos, le di un beso en su cabecita azul, y me alegré de poder contar con su afecto incondicional por un tiempo más, por tener quién me haga reír, quién me dedique una canción en las mañanas.
14 comentarios
Pablo -
NOFRET -
Pero también puede ser muy dulce, por eso lo amo. :) (y porque me acepta tal cual soy, claro) :P
Saludos y gracias
white -
Bohemian -
NOFRET -
Pues si vieras, es que César sí me pega, me da de aletazos y picotazos desde hace diez años! Es un caso de abuso animal inverso! :P
Bohemian -
Felicidades preciosa!! un gustazo leerte!!
(P.D. gracias a Stuffita por ponerme al día con este blog)
NOFRET -
(está basado en una historia real, veré si lo vendo para guión de una película!) :P
Stuffen -
Tiene mucha gracia lo de "Ave César". Muy original y bien pensado.
Saluditos.
P.D: Goreño, claro que vimos la foto de Nofret, además, juraría que tú hiciste un comentario al respecto de lo guapa que es.
Goreño -
NOFRET -
Pronto lo conocerás.
Un abrazo para ti.
NOFRET -
Tenía dudas con este texto acerca de si mantenía la intriga hasta el final, bueno, contigo funcionó. Veré si me inspiro de nuevo, pero eso depende de las musas, y las mías aparecen cada 1500 años!
Gracias y besitos para ti.
Cerro -
Goreño -
¿Sabes?, me has tenido en vilo hasta el final, eso no se hace con los amigos, Nofret. Es genial, pero sigue escribiendo y enviando: tú tienes madera de escritora. Besitos.
NOFRET -